El ajedrez, conocido juego de tablero que tiene su origen hace más de dos mil años en la India pasó a la tradición cultural del mundo occidental y por supuesto el asiático a través de las caravanas comerciales tanto de persas como musulmanes. En Rusia, ingresó a través de dos vías: la primera por el imperio Bizantino en la edad media y la segunda por caravanas comerciales del oriente. Allí el juego se hizo bastante popular en las cortes y en especial en los zares, prueba de ello es el mito de que en una ocasión el zar Ivan IV –el terrible- jugaba apaciblemente una partida con un cortesano, hasta que recibió un inesperado jaque mate y se lanzó contra su oponente golpeándolo con una pieza del juego en su cabeza.
Así este juego se convirtió en una atractiva entretención que divertía a la aristocracia en los largos y fríos inviernos rusos. Una vez llegada la época de los Romanov surgen importantes jugadores en el ámbito competitivo, que a fines del siglo XIX tomaba el ajedrez a través de encuentros personales y campeonatos. Ya en las postrimerías del siglo XIX aparecía un potente jugador ruso: Mikhail Tchigorine (1850-1908), y el más encumbrado del imperio: Alexander Alekhine (1892-1946), que se convertía en el primer campeón mundial ruso al derrotar a José Capablanca en 1927; Alekhine era poseedor de una potencia competitiva tremenda. Era de origen burgués y había estudiado derecho en la Universidad de Petrogrado, hasta que lo sorprendió la revolución de octubre que lo encarceló y mantuvo su vida en ascuas. Se dice que en prisión se habría encontrado con León Trotsky, quién le habría hecho una apuesta: juagarían una partida de ajedrez y si Alekhine resultaba vencedor podría irse al exilio, o de lo contrario seguiría recluido; obviamente ganó la partida y pudo escapar a Francia.
El ajedrez era un juego popular en la Rusia zarista y este sustrato fue bien visto por la intelligentsia revolucionaria que se dio cuenta que el ajedrez podría ser un nuevo símbolo de la sociedad que se quería implantar, y claro, el ajedrez se condecía con el comunismo al ser un juego de carácter científico, donde se debe aplicar la lógica y la razón, que a la postre podría desarrollar capacidades o habilidades en las masas ignorantes. Así el ateísmo soviético podría hacer propaganda de su ideología a través de un juego popular que propugnara la razón como medida de todas las cosas. El pueblo ruso dejaría de ir a la Iglesia para ir al “Club de la cultura” y se dedicarían a la erudición.
Y no solamente el ajedrez cabe como un símbolo propagandístico del socialismo, también las ciencias exactas y los deportes de alto rendimiento. Ejemplo de ello es el potencial de la industria aeroespacial y nuclear y las destacadas actuaciones de deportistas soviéticos a lo largo del siglo XX, como Nadia Komanechi.
Parece existir en este ámbito un estereotipo en el mundo occidental de que el deporte y la ciencia era una especie de esclavitud para quienes tuvieran talento en ello. A modo anecdótico podríamos citar la película “Rocky” donde se muestra la alta preparación del boxeador soviético Iván Drago contra el norteamericano.
Pero aún así, es el ajedrez el que se convirtió en el primer sello distintivo del comunismo. Porque aparte de la ideología racional y atea que impulsa, es un juego barato: solo se necesitan 32 piezas y un tablero de madera. Siendo muy conveniente para el siempre apretado presupuesto comunista.
De esta manera el gobierno soviético comenzó a implementar escuelas cazatalentos llamadas “palacios de pioneros”, que se sumaban a la práctica masiva del deporte ciencia. Alexander Iliin-Zhenevski, encargado del ejército rojo de Moscú en 1917, fue quién convenció a Lenin de que el ajedrez era un arma política que tenía que ser teñida de rojo. Ulianov se lo tomo en serio y ya para 1924 Nikolai Krilenko fundó la sección de ajedrez de la URSS que partió con milquinientos participantes y ya en 1951 contaba con más de un millón. Así el nivel subió y se comenzó a desarrollar una verdadera escuela soviética de ajedrez a cargo de los más eminentes maestros que daban a la URSS un sello de prestigio. Es aquí donde el ajedrez comienza a ser un arma esencial para enfrentar al capitalismo, pues el mundo occidental parecía más dedicado al trabajo y al consumo, es decir, tenía un imaginario materialista, que se contrapuso así la cultura y la erudición propias de la cultura comunista. No por nada la Revolución cubana tuvo el mismo proyecto, fomentado en especial por Ernesto “Che Guevara”, entendido en esas materias. De allí que se diga que los jugadores de ajedrez “jueguen con la camisa roja”.
Parece ser que el mundo soviético necesitaba de la voluntad y la fuerza de todos los connacionales para hacer exitoso el proyecto socialista. Y el fomento publicitario, a través de imágenes míticas es moneda corriente en la URSS. En este sentido el mito del obrero Stajanov –que trabajaba más de la cuenta para apoyar el progreso del comunismo- tiene su símil en el ajedrez con el más connotado maestro de esta disciplina: Mikhail Botvinnik (1911-1995), que en las partes más incivilizadas de la Rusia era conocido por los campesinos como un héroe inmortal. Fue este ingeniero electrónico el que abrió las alamedas del ajedrez soviético al mundo, pues logró conseguir un permiso especial para jugar el campeonato mundial de 1948, ya que anterior a esta fecha estaba prohibido participar en competencias extranjeras, que eran vistas como “burguesas”. Botvinnik consiguió el permiso con la condición de que “debía ganar el torneo o atenerse a las consecuencias”, por suerte ganó, de paso inauguró la seguidilla de campeones mundiales soviéticos hasta 1972. A título conceptual los nombro:
Mijaíl Botvínnik, 1948–1957, Unión Soviética
Vasili Smyslov, 1957–1958, Unión Soviética
Mijaíl Botvínnik, 1958–1960, Unión Soviética
Mijaíl Tal, 1960–1961, Unión Soviética
Mijaíl Botvínnik, 1961–1963, Unión Soviética
Tigran Petrosian, 1963–1969, Unión Soviética
Borís Spaski, 1969–1972, Unión Soviética
El frenazo de esta racha campeona merece especial atención: y es que en el momento más álgido de la Guerra fría en 1972, debía celebrarse el campeonato mundial, donde Boris Spassky debía defender su título frente al candidato, que resultó ser el prodigio estadounidense Robert Fischer. Justo en el momento en que se buscaba en cualquier medio la confrontación de EEUU y URSS. El duelo causó conmoción mundial y tanto los gobiernos de Norteamérica como de Moscú alentaron a sus jugadores: Fischer recibió la arenga de Nixon, y Spassky recibió “órdenes” de demoler a Fischer.
Este es el clímax del ajedrez como herramienta propagandística y lamentablemente para la URSS sufre de la derrota, alcanzando la corona Fischer desde 1972 a 1975. Sus problemas psiquiátricos sin embargo lo harán abandonar la defensa del título y lo cederá al soviético Karpov –campeón de 1975 a 1985- y luego Kasparov –de 1985 al 2000-.
En conclusión puedo establecer que el ajedrez representó para el comunismo soviético su sustento ideológico al preconizar en la intelectualidad y en las masas un convencimiento de que era su sistema el mejor de todos, y que se expresaba a través de un verdadero culto a la racionalidad atea, expresada en el deporte ciencia. Pudiendo establecerse la alianza cultura-comunismo a través de este paradigma, pues los comunistas han destacado siempre por su gran acervo intelectual, que han utilizado para revolucionar y combatir el capitalismo y establecer una sociedad socialista que remueva por completo los cimientos de occidente. El ajedrez representa a la razón, las masas y la lucha revolucionaria.